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La increíble y pinche historia de las selfis y su arqueología desalmada

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Esta semana leí un texto de Juan Villoro, publicado en Reforma, sobre el papel que tiene el acto de hacerse una selfie en la cultura contemporánea. Hablaba, por un lado, del registro de una época (cosa que me parece un tanto prematura para ser sentenciada desde ahora) mientras que, por otro lado, planteaba una acción de testimonio comparable con los tags de los grafiteros para demostrar que se estuvo en ciertos espacios determinados. Para Villoro el acto de tomarse una foto con el celular hablaba más del lugar en que se hacía la selfie que de la persona en cuestión. No está en mis planes contradecir a un aficionado del Barça: hay una especie de código implícito en el gremio que nos invita a estar siempre de acuerdo. Por el contrario, me gustaría complementar la tesis de Villoro abordando las selfies a partir de su función social en tanto que imágenes. Para ello propongo hacer un breve recorrido de la fotografía en relación con la imagen y el reconocimiento del yo.

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Ya en alguna ocasión estuve discutiendo con mi compadre el valor erótico que tiene el formato GIF en términos de imagen. Con esto no me refiero necesariamente a los blogs porno de Tumblr que usan el formato GIF sino al eros como complemento del tánatos. En este sentido encuentro que la imagen nunca había sido tan erótica como ahora, y creo que eso se debe a dos momentos. Por un lado está la incursión en los medios digitales al momento de hacer fotografías, pues permite experimentar con distintos formatos. Por otro lado, el que más me interesa, está su inserción en circuitos de circulación de imágenes. En esta segunda línea las redes sociales han sido catalizadores bestiales de esa circulación dada su naturaleza viral. Los memes, los cómics y, por supuesto, las selfies, son ejemplos paradigmáticos de ello. Dicho de otra manera, el photoburger no tendría relevancia de no ser por el eco que le hace la circulación desmedida de imágenes en determinados circuitos y comunidades online.

En su texto Ectoplasma. La fotografía en la era digital, Geoffrey Bachten plantea la relación que tiene la imagen con la vida y la muerte (es decir, con el eros y el tánatos) debido a que congela o detiene ciertos momentos. Es por ello que en un inicio se limitaba a retratar muertos. Esa cualidad erótica de preservar la vida, de acuerdo con Bachten, fue una herencia de la pintura. En los estudios culturales y en el arte contemporáneo existe una línea de pensamiento, acaso comandada por Joanna Zylinska y secundada por Alberto López Cuenca, que plantea la imagen como una mediación de la vida que no detiene el flujo vital sino que posibilita nuevas maneras de pensar la vida. Dicho de otra manera, la imagen no se congela ni se detiene, sino que se media, y en esa mediación siguen existiendo dinámicas vitales que no habían sido contempladas. La imagen, por tanto, no agota la vida de aquello que retrata. Más aún, la imagen misma tiene vida. Eso refuerza mi argumento sobre el erotismo en la imagen.

la foto (8)

Podrán preguntarse a qué viene toda esta labia si el problema planteado está en por qué las selfies han tomado tanta fuerza. En su distribución, modificación y adaptación las imágenes se mantienen vivas. Por su parte, en su circulación a través de los vericuetos de internet, las selfies permiten el reconocimiento del yo (individual y colectivo) a fuerza de verse reflejado en dispositivos y plataformas. El hombre de la caverna de Platón se reconocía a través de sus sombras. La consolidación del hombre de la caverna se dio a fuerza de saber que ellos controlaban el movimiento de sus sombras. Igual que ocurre con los bebés cuando son capaces de pararse en su propio pie y ver que ellos controlan su perspectiva en el mundo. Es decir, cuando un bebé camina su visión se hace en un plano activo y ya no como una secuencia de imágenes desde un plano subjetivo. Lo mismo pasa con el usuario de una cámara fotográfica.

En este sentido sí concedo una suerte de dimensión de pertenencia a las selfies, como propone Villoro. Sin embargo considero que esa pertenencia no se da tanto por dejar registro en un tiempo y lugar dados, sino que responde más bien a una necesidad de reconocerse en un todo mediático. Un ejercicio un tanto warholiano que utiliza la repetición para asomar cualidades individuales que sólo se pueden advertir cuando se observa cada una de las partes en relación con el todo. En este caso el todo es el conjunto (por demás saturado) de selfies en su totalidad.

Si los internautas hemos sobrevivido a fenómenos tan catastróficos como las cadenas de Hotmail, el Gangnam style o los bots de Peña Nieto, creo que podemos hacer frente común ante las selfies. Basta recordar que cuando surgió Google maps la gran mayoría de su tráfico se generaba por gente que buscaba su casa y su lugar de trabajo. Después de eso se empezaron a aprovechar los alcances reales de la herramienta. Lo mismo ocurre acá, durante unos meses más habrá quienes sigan abusando de las selfies, pero no hay de qué alarmarse, es algo tan humano como verse al espejo, sólo cambia la tecnología con que se hace. Si Maradona hubiera sido un estudioso de la cultura, estoy seguro de que habría dejado en claro que, a pesar de las selfies, la imagen no se mancha.


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